Hace cuatro años, Aneta decidió que estaba harta. Necesitaba equilibrar sus estudios de arquitectura con alguna actividad fuera del ordenador, simplemente trabajando con las manos. Decidió hacer cerámica, como hobby. ¡Ah, por fin, poder crear con sus manos algo que finalmente pudiera ver, incluso tocar! Eso la hizo sentir bien. Así, comenzó a crear preciosos platos, tazas y cuencos, hasta hoy. Forma los finos recipientes de cerámica y los glasea en su propio horno en casa. Ahora, incluso los vende por internet.

Los tazones, platos y tazas que vende Aneta no son perfectos: el borde no es recto, el color no es uniforme, la forma no es perfectamente redonda ... Y, sin embargo, muchas personas quieren comprar sus creaciones. Volveremos a esto más tarde.

La promesa del audio CD

¿Quién hubiera adivinado que con la introducción del audio CD en 1982, no solo la industria discográfica, sino también la industria de la música clásica en vivo se pondría patas al revés?

De repente, surgió una nueva posibilidad de consumir música, sin las distorsiones habituales del LP. El CD traía una nueva promesa bajo el brazo: un sonido digital, limpio e impecable, para siempre. Así, el CD explotó nuestro mundo analógico, también para siempre.

De repente, la música clásica sonaba perfectamente limpia en la sala de estar. Desde allí es sólo un pequeño paso hacia la ilusión de que un concierto clásico suena como un CD. Esto levantó las expectativas de la audiencia, la crítica, los agentes, los propios músicos. Sin embargo, un CD clásico y un concierto clásico son dos experiencias diferentes.

Resonancia como fenómeno interpersonal

Lo que el CD no puede reproducir, no importa cuanto lo intente, es la resonancia. Yendo más allá del fenómeno acústico, me refiero a la resonancia que mueve a los oyentes, que tiene lugar entre los miembros de un grupo musical, y entre los músicos y su público. Es por eso que la gente va a un concierto: porque es emocionante no saber qué va a pasar. Y también porque es conmovedor cuando los músicos se muestran, y eso es lo que los espectadores quieren ver en el escenario: personas de carne y hueso. Y finalmente, la gente va a un concierto porque lo que va a pasar es un momento único y fugaz. Cada vez es diferente, incluso si los mismos artistas en la misma sala tocan la misma música que la noche anterior.

Ahora, un fenómeno interesante está ocurriendo últimamente: estamos presenciando el regreso del LP, y además, desde el avance de los servicios de stream como YouTube y Spotify, una caída en las ventas de CD. De entre todos los productos, el LP, que ya estaba casi muerto, resurge, aunque como producto nicho, pero estable. El LP que no es perfecto, que suena diferente cada vez.


El principio de wabi-sabi

Volvamos a Aneta y sus cuencos de cerámica. Precisamente porque sus piezas no son perfectas, la gente quiere comprarlas: sus creaciones son hermosas porque son únicas, insustituibles. Igual que cada bol de cerámica de Aneta, cada concierto es único. Cada concierto ofrece una experiencia de sonido única, creada en el momento presente: es preciosa porque es irrepetible.

Este es el principio de wabi-sabi, una palabra japonesa compuesta que significa imperfecto, insustituible, inacabado; compuesta por las palabras wabi: naturaleza, respiración, vida, ermitaño y sabi: que muestra pátina, madurez. Representa la belleza de lo transitorio, lo inacabado.

Muchos músicos hablan sobre la necesidad de no discutirlo todo antes de un concierto, de dejar espacios abiertos, y algunos no solo hablan de ello, sino que lo hacen: Christian Tetzlaff, Patricia Kopatchinskaya, Fazil Say, Tabea Zimmermann, Barbara Hannigan, Carolin Widmann, Frank Peter Zimmermann, Pablo Heras-Casado, Wilbert Hazelzet, Skip Sempé, solo por nombrar algunos artistas. Todos ellos han tomado la delantera en términos de apertura, poniendo la música y la emoción musical en primer lugar, como base para la perfección técnica.

Wabi-sabi en la música

Ahora puedes argumentar que todos estos artistas ya llevan la perfección técnica a su instrumento. La pregunta eterna, ¿quién fue primero, el huevo o la gallina? Sin querer entrar en una discusión filosófica, me interesa la experiencia práctica. Supongamos por un momento que la Sra. Kopachinskaya toca de manera tan brillante porque pone el contenido de la música y la emoción en primer lugar, y no si su interpretación es técnicamente perfecta. Sólo supongámoslo por un momento. Cualquiera que haya asistido a uno de sus conciertos sabe que no tiene miedo a producir sonidos "feos", que no tiene miedo salir al escenario con la partitura bajo el brazo, no importa si toca el concierto de Beethoven o el de Kurtág. Y aún así, a menudo el público está tan fascinado con ella que ha de romper en aplauso después de un primer movimiento, en contra de su mejor juicio.

Se necesita valor para salir al escenario con wabi-sabi, con lo que es efímero, imperfecto, inacabado. Porque, ¡sorpresa!: todos somos imperfectos, y ¡segunda sorpresa!: a nadie le gusta mostrarlo. Sin embargo, es precisamente mostrándonos así cuando conectamos con los demás: cuando abrimos espacios en los que un verdadero intercambio es posible, cuando podemos confiar en lo que sentimos y realmente compartir algo a través de nuestra música. Esos espacios no se pueden contar, escalar, contabilizar. No como „toqué mi pieza sin errores 10 veces seguidas“.

Las cosas de la vida que realmente importan no son numerables. Se necesita valor para dedicarnos a lo que no podemos contar.



Puedes encontrar las bellas creaciones de Aneta aquí.

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