"¡No, no lo haré!" dijo, y luego les dió un zarpazo a las teclas.

Me sentí incómoda, sin saber qué decir.

Estábamos ensayando las variaciones de Brahms sobre un tema de Haydn para dos pianos.

Le había pedido que tocara un pasaje de una cierta manera.

Cuatro años antes, había sido mi profesora durante un año. Llamémosla Susana.

Mi compañera de cámara habitual estaba ocupada dando a luz a su primer hijo y yo había pedido a Susana que me acompañara en el examen de Septiembre.

Creo que le pregunté porque era la única persona que conocía con dos pianos en casa. Y probablemente ya había tocado esta pieza. Tenía un duo de dos pianos con su marido.

Estaba pagándole algo por cada ensayo, y también le iba a pagar algo por acompañarme en el examen. Ella me llevaba siete años. Pero aunque ya habían pasado cuatro años desde que había sido mi profesora, Susana no estaba preparada para recibir anotaciones por mi parte; ni yo tampoco.

Nadie te prepara para este momento durante tus estudios.

No la confronté, no dije nada, aunque tenía todo el derecho. De alguna manera, su opinón sobre mi me parecía más importante en ese momento, el no molestarla. De alguna manera, seguía siendo su alumna.

Me tragué lo que estuviera subiendo dentro de mí y seguí con el ensayo.

Me sentí muy incómoda.

El dia del examen, estaba en la parada del autobús, justo delante de mi casa, para ir al conservatorio. De pronto, mi compañera de piso me llamó desde el balcón. Mi profesor había llamado por teléfono, estaba enfermo. El examen estaba cancelado.

Suspiré de alivio.

Era un examen interno, sólo para mi profesor. Del tipo que si se cancela nadie pestañea.

Tengo que decir en favor de Susana que no quiso aceptar el dinero que le hubiera pagado por tocar en mi examen. Creo que las dos estábamos bastante aliviadas de que nuestra colaboración había llegado oficialmente a su fin.

Años más tarde, ví a Susana por la calle. La ví de lejos, sabiendo que nos íbamos a cruzar. Uf, no quería saludarla. Pero bueno, aquí estaba. Cuando nos acercamos, la miré y le dije hola.

Susana estaba mirando hacia delante en tal concentración y andando tan rápido que enseguida supe que ella también me había visto. Simplemente, había pasado de largo.

Y entonces, pasó algo curioso.

Me dí cuenta de que su opinión me daba igual. Ya no me sentía como su alumna, y si ella decidía no decirme hola, era su problema y no el mío. Yo estaba contenta con cómo me iba y dónde estaba como músico. Y eso me hizo sentir bien.

Cuando la gente te evita por la calle, no siempre es mala señal.


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